Antonio Guzmán Blanco, caudillo militar que ejerció dominio en el país, directa o través de personas interpuestas, desde 1.870, año que triunfó su denominada Revolución de abril, hasta 1.888 año que concluyó su último mandato, solía decir que la nación "era un cuero seco", significando con tal figura, la extrema volatilidad política-militar, signo distintivo de la sociedad venezolana desde el mismo inicio cómo nación soberana.
Hoy, distante del azaroso
siglo XIX venezolano y, circunscrito sólo al "hecho económico", bien
podemos usar tal alegoría, dado que también gráfica, fielmente, el desempeño
interno en tan importante área del
quehacer nacional.
Un "cuero seco"
presenta, entre otras, la particularidad que si se presiona -o, pisa- de un
lado se levanta de otro. Fidedigna representación de lo que sucede con
variables macroeconómicas claves, las cuales, es bueno señalarlo, determinan en
buena medida la intranquilidad en la cotidianidad social de la gran mayoría de
connacionales.
La variación, hacia el alza,
en la cotización del dólar en razón de aumentos en el gasto público, de un
lado, y de otro, su relativa contención sujeta, entre otras medidas a reducir
al mínimo la financiación bancaria de la actividad económica es, quizá, el más
firme de los ejemplos que ilustran la aseveración arriba mencionada.
A modo de contexto:
Recordemos que desde
noviembre 2017 hasta enero 2021, padecimos un proceso hiperinflacionario- el más
extenso en duración en el mundo, exceptuando el sufrido por Nicaragua en 1986-,
el cuál destruyó el tejido económico nacional, redujo al mínimo la función del Estado como proveedor de
servicios eficientes al ciudadano y sometió a una abyecta miseria al
venezolano, al punto que, actualmente cerca del 53 % (Encovi 2022) vive en
situación de pobreza extrema.
La caída del precio del
petróleo, a partir de agosto 2014, cómo del volumen de producción por ausencia
de inversión y mala praxis gerencial de PDVSA, sobre todo después de 2015,
impactaron a la baja los ingresos petroleros, que contrastados con un aumento interanual del gasto fiscal en todos los niveles de
gobierno desde 2006, originó un elevado déficit fiscal, superior al 10 % del
PIB por varios años, que se financió con
dinero sin respaldo, por lo cual, de un lado, implotó el sistema interno de
precios, y de otro, impulsó una
pronunciada devaluación del bolívar,
siendo éstas dos, quizá, las consecuencias más
visibles de tan desaguisado ejercicio de política económica.
Es así cómo, entre los años
2018-2021, la tasa de variación de la cotización del bolívar respecto al dólar
-tasa de cambio, en términos técnicos- y, la tasa anual de incremento en los
precios, se comportó cómo se aprecia en el siguiente cuadro:
Cuadro # 1
Año TVATC
INPC
% %
18 64.616
130.030
19 6.532 9.500
20 2.028 2.956
21 361 686
22(E) 180 145
Fuente: BCV, tasa de cambio
en el mercado paralelo y estimaciones propias
para 2.022
TVATC =tasa de variación
porcentual anual de tasa de cambio en mercado paralelo.
De la lectura del cuadro # 1
se desprende claramente una marcada tendencia hacia la baja tanto del ritmo en
la depreciación del bolívar en relación al dólar cómo de la tasa de inflación.
Es así cómo, a inicio de enero de éste año un dólar se compraba con 4.65 bs, se
mantuvo por debajo de bs 5 durante varios meses, subió sobre 8 bs a partir de
septiembre y al momento de escribir éstas notas (11/11) se requieren 10.55 bs, proyectándose
al cierre del año un valor por cada unidad de dólar en alrededor unos 13 bolívares.
¿Qué explica, primeramente
la tendencia a la baja de la tasa de devaluación del bolívar, y, consecuencialmente,
de la tasa de inflación?
El dólar, cómo cualquier
otra moneda es una mercancía, sólo que al ser dinero tiene la propiedad de
poder, a cambio de él, adquirir otras mercancías. De modo que, al igual que
todas las mercancías, su precio lo determina según se relacione su oferta
respecto a su demanda.
El gobierno ante la
imposibilidad de satisfacer la creciente demanda de verdes americanos por el
colapso de la industria petrolera, quién nos proveía el 96 % de todas las divisas
que ingresaban al país, pero también, por no tener acceso al mercado financiero
internacional por estar en default -mala paga, en criollo-, optó por restringir
la demanda de la moneda norteamericana, para lo cual recurrió a 2
"rojos" expedientes: 1) salarios míseros y, 2) anular la capacidad de
la banca comercial de "crear dinero secundario", cuestión ésta, que
hace mediante la aprobación de créditos a empresas y particulares.
He allí, tanto por
ignorancia sobre el funcionamiento de
una economía cómo por una grotesca obsesión de perpetuarse en el poder,
al final, entrampó a la economía, en lo que parece ser un callejón sin salida,
mientras persistan los factores causantes de la mega crisis que padecemos.
¿Cuál trampa? ¿Cómo
funciona?
Llamamos trampa a la
insostenibilidad de la política con el fin de estabilizar la tasa de cambio y
la tasa de inflación.
En octubre se necesitaron 26
salarios mínimos para adquirir la canasta alimentaria (CA) El salario promedio
-público más privado- en el país equivale a, aproximadamente, el 25 % de la CA.
¡Salarios de hambre!
La banca comercial debe
esterilizar -no darle ningún uso- el 73 % de los depósitos que empresas y
personas naturales realizan, amén que la capacidad de ahorro del venezolano es
casi nula por sus exiguos ingresos, en consecuencia, el rol de intermediación
financiera de la banca desapareció, es decir, su capacidad de otorgar créditos
casi no existe.
¿A dónde conduce lo
anterior? A una reducción drástica de la cantidad de bolívares que circulan en
la economía, que es lo mismo que decir, una
mengua, compresión, achicamiento de la capacidad de demanda agregada de
la economía, entre ellos, de dólares y,
a menos demanda de verdes americanos, pues, menos presión al alza en su precio.
Esa política funciona, sólo
que lo hace por un tiempo. Cuál camisa de fuerza, al final se rompe, y el
"loco" -léase, inflación y devaluación- vuelve a sus andanzas y a
echar a perder las cosas.
Lograr una relativa
estabilidad en la tasa de cambio y, simultáneamente en la tasa de incremento en
los precios, al costo de someter a los trabajadores a gravosas penurias y, al
mismo tiempo, mermar sensiblemente la capacidad de recuperación económica, al
"secar" el mercado financiero local "amarrando" el natural flujo
de inversiones al obligar a las empresas que se autofinancien, constituye, en sí
misma, una estabilidad porosa, hueca, debilitada en sus fundamentos, que más
temprano que tarde se romperá. ¡Cómo está sucediendo!
Cada vez que por razones
contractuales -aumentos de salarios, pago de bonificaciones por vacaciones en
agosto o de aguinaldos u utilidades, e.g.-
o épocas que impliquen aumentos de la demanda interna de bienes y
servicios, cómo el último bimestre del año por las fiestas decembrinas, al no
poder el gobierno acompañar las presiones de demanda de dólares con incrementos
en la oferta vía inyección en las mesas de cambio de la banca, por caída de los ingresos externos o falta de
ahorros en moneda extranjera porque dilapidaron las reservas internacionales
sin tasa ni medida, pues, veremos
indefectiblemente, estos movimientos alcistas en la tasa de cambio, y en
simultaneo, de la inflación, por esa ancestral -y muy lamentable- condición de
nación neta importadora.
Sin un cambio en el
"modo económico" interno, que pasa por un movimiento drástico en la
forma de "hacer política", única vía -por ahora- que nos aseguraría
macroinversiones en sectores estratégicos y, acceso a financiamiento
internacional, no veo posibilidades de salir
de la "trampa" económica que nos consume, lo que no excluye
que presentemos tasas de crecimiento del
PIB, concentrado, claro está, tal incremento en algunos sectores y actividades
muy específicas, pero de reducidos efectos sobre el grueso de la población.
Peor aún: más tarde o más
temprano por ahondamiento del desequilibrio presente en el mercado cambiario
-poca oferta de $ respecto a su demanda- la corrección cambiaria se producirá, esto
es, el valor del dólar recuperará su valor de equilibrio que hoy es algo
superior a los 20 bs por dólar. Valor, es bueno saberlo, que se mueve, en el
caso nuestro, hacia arriba, propio de una economía enferma, desgraciadamente,
cómo la nuestra. Cuestión que no sucederá "mañana", pero que
sucederá.
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